El
Picure, el Conejo, el Gocho, La Barbie, todos son apodos de reconocidos
“Pranes” venezolanos, sujetos que de una u otra forma han determinado la vida y
obra de muchas personas, con poderes sobre la vida y la muerte, estos
personajes que emergen de la sombra de nuestra sociedad, son y serán noticia
por sus actos delictivos.
El
Analista Carl Gustav Jung (1875-1961), nos dice de forma muy reflexiva:
“aquello que niegas te domina y lo que aceptas te transforma”, en razón de
esto, persisto en la idea de develar aspectos sombríos de la Venezuela de los
últimos tiempos, no porque estos aspecto sean nuevos, sino que han aparecido producto
del debilitamiento de las instituciones y actúan como síntomas que debemos
atender.
Los
“Pranes”, como se conoce a los líderes perversos de los centros penitenciarios
del país, son un producto de la ineficiencia del Estado en establecer
controles, con esto no he dicho nada nuevo, pero me sirve para contextualizar
el espacio, ya que su aparición es producto de la consabida impunidad.
Como
hiciera el ser humano en sus tiempos más primitivos, la tribu es la mejor forma
en la que los humanos hemos resuelto la protección y la satisfacción de
necesidades. Estas precarias formas de organización social se plantean como
respuesta natural a los escenarios adversos. Cuando una persona es llevada a
estos depósitos de personas, es lanzado a un espacio donde impera la ley de la
selva, donde el salvajismo, la violencia y las condiciones infrahumanas,
obligan a pertenecer a dichas tribus y a la aparición del arquetipo del
sobreviviente.
Se
deja ver en el relato de estos actores, que existen dos grandes grupos de poder
en las cárceles, los evangélicos y los otros, ambas organizaciones humanas
tienen sus elementos culturales definitorios, se plantean al margen del crimen y
no es menester cuestionarlo, siendo incluso una carta de presentación que le
puede ser útil al recién llegado para incorporarse en esta forma particular de organización
en torno a la espiritualidad y al líder.
La
espiritualidad en estos centros se pasea entre aquellos que asumen el evangelio
y los que practican rituales
espiritistas, en torno al culto a la Diosa de la Montaña “María Lionza” y sus
ocho cortes, en la que se encuentra la “corte calé” o “corte malandra,
invocando la protección de quienes en vida eran miembros de una banda muy
particular a los que se les atribuyen actos de bondad al estilo “Robin Hood”, y
que de forma muy particular aconsejan y protegen a los que son sus seguidores.
El
“Pran” o “Pram” actuando como sumo sacerdote de esta espiritualidad, se
autodefine como: Pastor, Reverendo, Apóstol, Maestro, o Persona que Rescata Al
Necesitado; dejando claro que ser un seguidor del Pran/Pram y pertenecer a su
“Tren” o banda, es garantía de tener un grupo de respaldo, comida, ciertos
“lujos” y la capacidad relativa de vivir la propia vida, incluso de proteger económica
y materialmente a sus familiares más allá de las paredes del recinto
penitenciario.
Saberse
miembro del “Tren” es entenderse perteneciente a un grupo social definido, por
sus cultos, su lenguaje y un profundo sentido de pertenencia, las actividades
delictivas que son hechas por mandato del Pram son llamadas “trabajos”, los
enfrentamientos con otras bandas y con los cuerpos de seguridad son actos de
lealtad y pertenencia a la tribu, que están lejos de ser vistos como
antisociales o impropias.
El
Pram es garantía de seguridad social, distribuye el botín, provee de las
herramientas de trabajo (armas y vehículos), brinda resguardo y seguridad a los
familiares y es quien orienta y canaliza
la violencia, como quien gerencia los recursos de una fábrica de muerte.
Entre
los rituales conocidos y referidos por los miembros del tren se encuentra el
asesinato de policías, una práctica cada vez más frecuente. Estos asesinatos
usualmente permiten cosechar armas y estatus. Aparentemente, quien asesina a un
policía sabe que será perseguido de forma despiadada y su crimen tiene altas
probabilidades de ser pagado con la misma moneda, no tiene “vuelta atrás”,
necesita la protección del Tren lo que les hace más confiable ante el Pran.
No
es menester de este investigador hacer juicio valorativo de la moralidad o
inmoralidad de los actos, la mía, no es una postura ética sino descriptiva,
prefiero subrayar el fenómeno haciendo ver que existe, y es venido del fondo de
la brecha social, de donde han salido los otros personajes de este realismo
mágico venezolano, donde coexisten el bachaquero, el boliburgues, el enchufado,
el escuálido, el pana, y el pran, cada uno con su genio y figura particular.
Lic.
Sergio Yépez Santiago
Psicólogo –
psicoterapeuta
Investigador en
Etnopsicología