domingo, 27 de marzo de 2022

Serie Muros Simbólicos

En este espacio voy a recoger lo que dicen las paredes, puertas, muros y esquinas del mundo, esos no lugares de los que habla el Antropolgo Marc Augé, esos no lugares cargados de simbolismos y de imágenes representativas del ciudadano anónimo, quien, como ultimo recurso, coloca la imagen o interviene el espacio, buscando que nuestras miradas se topen con su opinión.

@sergioyepez
Feb2022


CABA, en algún lugar de la Av  Callao - Argentina
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CABA en algún lugar del Barrio Colegiales - Argentina 2021
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Montevideo en algún lugar del Barrio Pósitos - Uruguay 2021
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Una Cartelera pública en Av Córdoba -  Argentina 2022

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Calle Baez CABA - Las cañitas - Argentina 2022
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Av. Corrientes CABA - Argentina 2022
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San Telmo CABA - Argentina 2022
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Pared del Centro Cultural San Martín - CABA Argentina 2022
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Plaza Houssay CABA - Argentina - 2022

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Acá Callao - CABA - Argentina 2022

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Bosques de Palermo - CABA - Argentina

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miércoles, 22 de febrero de 2017

PUNTOFIJISMO DEL SIGLO XXI O PUNTOFIJISMO 2.0: por: Sergio Yepez Santiago




Puntofijismo del Siglo XXI o PUNTOFIJISMO 2.0:

@sergioyepez

Para comprender los procesos personales en ocasiones es preciso terapéuticamente hablando, levantar la mirada hacia su pasado y como a bien plantea el psiquiatra fundador de la psicología analítica, Carl Gustav Jung o que no se hace consciente se hace destino, he allí que estemos entrando en un bucle histórico, con las distancias propias de los actores.
De forma muy simplificada, y en clave de tecnología 2.0, tenemos en el inconsciente colectivo, una suerte de grupo de aplicaciones que incluyen una memoria “transgeneracional” que garantiza la supervivencia de la especie y que evita que cada sujeto tenga que empezar aprendiendo como hacer fuego, para cocinarse unas cotufas al microondas.

Así es que desde esa memoria podemos advertir que en tiempos políticos anteriores, en esa prehistoria de la política y los partidos políticos venezolanos del siglo pasado hemos de encontrar las bases de lo que al parecer ha de acontecer en nuestra tierra esta de tiempos del Socialismo del siglo XXI.

En aquellos tiempos un día como hoy 31 de Octubre de 1958, los partidos políticos que se adversaban hicieron un pacto inimaginable, el Pacto de Punto Fijo. Siendo los más importantes uno representante del proletariado, obrero y sindicalista, con un corte pseudo-socialista democrático (AD) y uno de marca humanista-cristiana, con sus intelectuales de clase media y posturas proto-neoliberales (COPEI), hacen un pacto que excluye y procura extinguir a los partidos de izquierda,  pacto este, que se mantuvo por cuatro décadas, en las cuales la silla de Miraflores pasaba de uno a otro, hasta “que llego el comandante y mando a parar” como dice Carlos Puebla.

Trascurrida una década y media de socialismo del Siglo XXI y luego de la muerte de aquel comandante de características peculiares, el ecosistema político venezolano se encuentra desbalanceado, perdido y poco creativo, todos los modelos “made in USA”, Ucrania, India, Argentina, e incluso “made in” Brasil, resultaron inadecuados, quedaron cortos o sencillamente fueron un chiste.

Es así, que como nos ocurre en la vida individual, cuando no tenemos más herramientas en la presente vida, la mente busca en el pasado alguna herramienta útil. He allí que como aquel momento, los que se atribuyen la defensa del proletario hoy de “rojo rojito”, se sienta con la vieja vanguardia republicana conservadora (los restos de la guanábana AD-COPEI y sus hijos), dejando a un lado a los extremos naranja y turquesa, repitiendo el juego político del siglo pasado.

Ahora bien, en aquellos tiempos del siglo XX, a los excluidos partidos de izquierda luego de varios incidentes y traiciones les toco irse a la montaña para hacer la lucha armada. Quizás estos personajes de tenor naranja (VP) y turquesa (Vente), estén llamados a considerar aprendiendo de la historia que más allá del caos, balas y cárcel, la violencia excluye, destruye y complica la vida. El pueblo  en la calle como expresión de malestar, puede terminar en un “acting social” con desenlaces distintos a los esperados. No olviden que los compas del PCV aun lloran a sus muertos, sufren secuelas de la tortura y buscan a sus desaparecidos.

Lic. Sergio Yépez Santiago
Psicólogo
Investigador en etnopsicología

Asunción del Paraguay, 31 de Octubre de 2016


jueves, 2 de junio de 2016

Sombras, mascaras, rituales y espiritualidad de un PRAN Venezolano


@sergioyepez

El Picure, el Conejo, el Gocho, La Barbie, todos son apodos de reconocidos “Pranes” venezolanos, sujetos que de una u otra forma han determinado la vida y obra de muchas personas, con poderes sobre la vida y la muerte, estos personajes que emergen de la sombra de nuestra sociedad, son y serán noticia por sus actos delictivos.
El Analista Carl Gustav Jung (1875-1961), nos dice de forma muy reflexiva: “aquello que niegas te domina y lo que aceptas te transforma”, en razón de esto, persisto en la idea de develar aspectos sombríos de la Venezuela de los últimos tiempos, no porque estos aspecto sean nuevos, sino que han aparecido producto del debilitamiento de las instituciones y actúan como síntomas que debemos atender.
Los “Pranes”, como se conoce a los líderes perversos de los centros penitenciarios del país, son un producto de la ineficiencia del Estado en establecer controles, con esto no he dicho nada nuevo, pero me sirve para contextualizar el espacio, ya que su aparición es producto de la consabida impunidad.
Como hiciera el ser humano en sus tiempos más primitivos, la tribu es la mejor forma en la que los humanos hemos resuelto la protección y la satisfacción de necesidades. Estas precarias formas de organización social se plantean como respuesta natural a los escenarios adversos. Cuando una persona es llevada a estos depósitos de personas, es lanzado a un espacio donde impera la ley de la selva, donde el salvajismo, la violencia y las condiciones infrahumanas, obligan a pertenecer a dichas tribus y a la aparición del arquetipo del sobreviviente.
Se deja ver en el relato de estos actores, que existen dos grandes grupos de poder en las cárceles, los evangélicos y los otros, ambas organizaciones humanas tienen sus elementos culturales definitorios, se plantean al margen del crimen y no es menester cuestionarlo, siendo incluso una carta de presentación que le puede ser útil al recién llegado para incorporarse en esta forma particular de organización en torno a la espiritualidad y al líder.
La espiritualidad en estos centros se pasea entre aquellos que asumen el evangelio y  los que practican rituales espiritistas, en torno al culto a la Diosa de la Montaña “María Lionza” y sus ocho cortes, en la que se encuentra la “corte calé” o “corte malandra, invocando la protección de quienes en vida eran miembros de una banda muy particular a los que se les atribuyen actos de bondad al estilo “Robin Hood”, y que de forma muy particular aconsejan y protegen a los que son sus seguidores.
El “Pran” o “Pram” actuando como sumo sacerdote de esta espiritualidad, se autodefine como: Pastor, Reverendo, Apóstol, Maestro, o Persona que Rescata Al Necesitado; dejando claro que ser un seguidor del Pran/Pram y pertenecer a su “Tren” o banda, es garantía de tener un grupo de respaldo, comida, ciertos “lujos” y la capacidad relativa de vivir la propia vida, incluso de proteger económica y materialmente a sus familiares más allá de las paredes del recinto penitenciario.
Saberse miembro del “Tren” es entenderse perteneciente a un grupo social definido, por sus cultos, su lenguaje y un profundo sentido de pertenencia, las actividades delictivas que son hechas por mandato del Pram son llamadas “trabajos”, los enfrentamientos con otras bandas y con los cuerpos de seguridad son actos de lealtad y pertenencia a la tribu, que están lejos de ser vistos como antisociales o impropias.
El Pram es garantía de seguridad social, distribuye el botín, provee de las herramientas de trabajo (armas y vehículos), brinda resguardo y seguridad a los familiares y  es quien orienta y canaliza la violencia, como quien gerencia los recursos de una fábrica de muerte.
Entre los rituales conocidos y referidos por los miembros del tren se encuentra el asesinato de policías, una práctica cada vez más frecuente. Estos asesinatos usualmente permiten cosechar armas y estatus. Aparentemente, quien asesina a un policía sabe que será perseguido de forma despiadada y su crimen tiene altas probabilidades de ser pagado con la misma moneda, no tiene “vuelta atrás”, necesita la protección del Tren lo que les hace más confiable ante el Pran.
No es menester de este investigador hacer juicio valorativo de la moralidad o inmoralidad de los actos, la mía, no es una postura ética sino descriptiva, prefiero subrayar el fenómeno haciendo ver que existe, y es venido del fondo de la brecha social, de donde han salido los otros personajes de este realismo mágico venezolano, donde coexisten el bachaquero, el boliburgues, el enchufado, el escuálido, el pana, y el pran, cada uno con su genio y figura particular.       

Lic. Sergio Yépez Santiago
Psicólogo – psicoterapeuta

Investigador en Etnopsicología

Sombras, mascaras, rituales y espiritualidad de un PRAN Venezolano

El Picure, el Conejo, el Gocho, La Barbie, todos son apodos de reconocidos “Pranes” venezolanos, sujetos que de una u otra forma han determinado la vida y obra de muchas personas, con poderes sobre la vida y la muerte, estos personajes que emergen de la sombra de nuestra sociedad, son y serán noticia por sus actos delictivos.
El Analista Carl Gustav Jung (1875-1961), nos dice de forma muy reflexiva: “aquello que niegas te domina y lo que aceptas te transforma”, en razón de esto, persisto en la idea de develar aspectos sombríos de la Venezuela de los últimos tiempos, no porque estos aspecto sean nuevos, sino que han aparecido producto del debilitamiento de las instituciones y actúan como síntomas que debemos atender.
Los “Pranes”, como se conoce a los líderes perversos de los centros penitenciarios del país, son un producto de la ineficiencia del Estado en establecer controles, con esto no he dicho nada nuevo, pero me sirve para contextualizar el espacio, ya que su aparición es producto de la consabida impunidad.
Como hiciera el ser humano en sus tiempos más primitivos, la tribu es la mejor forma en la que los humanos hemos resuelto la protección y la satisfacción de necesidades. Estas precarias formas de organización social se plantean como respuesta natural a los escenarios adversos. Cuando una persona es llevada a estos depósitos de personas, es lanzado a un espacio donde impera la ley de la selva, donde el salvajismo, la violencia y las condiciones infrahumanas, obligan a pertenecer a dichas tribus y a la aparición del arquetipo del sobreviviente.
Se deja ver en el relato de estos actores, que existen dos grandes grupos de poder en las cárceles, los evangélicos y los otros, ambas organizaciones humanas tienen sus elementos culturales definitorios, se plantean al margen del crimen y no es menester cuestionarlo, siendo incluso una carta de presentación que le puede ser útil al recién llegado para incorporarse en esta forma particular de organización en torno a la espiritualidad y al líder.
La espiritualidad en estos centros se pasea entre aquellos que asumen el evangelio y  los que practican rituales espiritistas, en torno al culto a la Diosa de la Montaña “María Lionza” y sus ocho cortes, en la que se encuentra la “corte calé” o “corte malandra, invocando la protección de quienes en vida eran miembros de una banda muy particular a los que se les atribuyen actos de bondad al estilo “Robin Hood”, y que de forma muy particular aconsejan y protegen a los que son sus seguidores.
El “Pran” o “Pram” actuando como sumo sacerdote de esta espiritualidad, se autodefine como: Pastor, Reverendo, Apóstol, Maestro, o Persona que Rescata Al Necesitado; dejando claro que ser un seguidor del Pran/Pram y pertenecer a su “Tren” o banda, es garantía de tener un grupo de respaldo, comida, ciertos “lujos” y la capacidad relativa de vivir la propia vida, incluso de proteger económica y materialmente a sus familiares más allá de las paredes del recinto penitenciario.
Saberse miembro del “Tren” es entenderse perteneciente a un grupo social definido, por sus cultos, su lenguaje y un profundo sentido de pertenencia, las actividades delictivas que son hechas por mandato del Pram son llamadas “trabajos”, los enfrentamientos con otras bandas y con los cuerpos de seguridad son actos de lealtad y pertenencia a la tribu, que están lejos de ser vistos como antisociales o impropias.
El Pram es garantía de seguridad social, distribuye el botín, provee de las herramientas de trabajo (armas y vehículos), brinda resguardo y seguridad a los familiares y  es quien orienta y canaliza la violencia, como quien gerencia los recursos de una fábrica de muerte.
Entre los rituales conocidos y referidos por los miembros del tren se encuentra el asesinato de policías, una práctica cada vez más frecuente. Estos asesinatos usualmente permiten cosechar armas y estatus. Aparentemente, quien asesina a un policía sabe que será perseguido de forma despiadada y su crimen tiene altas probabilidades de ser pagado con la misma moneda, no tiene “vuelta atrás”, necesita la protección del Tren lo que les hace más confiable ante el Pran.
No es menester de este investigador hacer juicio valorativo de la moralidad o inmoralidad de los actos, la mía, no es una postura ética sino descriptiva, prefiero subrayar el fenómeno haciendo ver que existe, y es venido del fondo de la brecha social, de donde han salido los otros personajes de este realismo mágico venezolano, donde coexisten el bachaquero, el boliburgues, el enchufado, el escuálido, el pana, y el pran, cada uno con su genio y figura particular.       

Lic. Sergio Yépez Santiago
Psicólogo – psicoterapeuta

Investigador en Etnopsicología